¿Habéis oído alguna vez eso de “bebe, bebe, que hay que acostumbrarse al sabor”? Pues es algo que yo he oído a menudo a lo largo de mi vida. No sé por qué extraña razón la gente que me rodea se empeña en que tenga que gustarme, sí o sí, el alcohol, pero el caso es que lo han conseguido. Al menos en parte.
Primero fue la cerveza. Nos íbamos “de cañas” con los amigos y yo siempre pedía mi cocacola o mi fanta de naranja a lo que todos saltaban diciéndome que era una aburrida y que no se podía ir de cañas conmigo. Que digo yo que qué más les dará a ellos lo que yo beba, pero ese es otro tema. El caso es que a lo tonto a lo tonto, con el “prueba esta cerveza que es más suave”, “tómate una clara a ver si así te va gustando” y “es que hay que acostumbrarse al sabor” pues al final lo consiguieron, pero en lo que aún no había pasado por el aro era en el tema del vino… hasta la semana pasada claro está.
Unos amigos de mi marido nos regalaron, por un tema de incompatibilidades que habían tenido con su trabajo, unas reservas en este hotel de lujo en Barcelona donde se iba a hacer un concurso de sumillers y una cata de vinos organizada por la empresa Exportcave que por lo visto es todo un referente a nivel nacional en productos relacionados con esta bebida de dioses. Y como bien dice el refrán “a caballo regalado, no le mires el dentado”, o en otras palabras, que aunque no me gusta el alcohol ni el vino me apunté inmediatamente al viajecito porque nunca había estado en Barcelona y porque mi marido aceptó encantado el regalo.
Y lo consiguieron
El caso es que a lo largo de todo el fin de semana (que tampoco es tan largo, todo hay que decirlo) tuve que escuchar de la boca de mi marido e incluso de la de otros invitados al evento, la frase de “tú bebe, que al final te acabará gustando”. Por un lado me parece algo irrisorio porque no sé qué extraña manía tiene el mundo con obligar a los demás a que beban alcohol porque, si lo hacen por socializar, yo puedo hacerlo igual con una botella de agua ¿o no? Pero también he de reconocer que tenían razón. No es que de pronto hayan conseguido que me guste el vino tinto más fuerte del mercado pero es verdad que le he cogido el gusto al vino blanco afrutado, al rosado e incluso a algún tinto que tenía un cierto toque aromático muy suave.
La parte positiva de todo esto es que aquí en el mediterráneo se lleva mucho eso de ir a comer o a cenar con una copita de vino así que podré unirme a la moda y, además, siempre he querido hacer algo que me ha dado envidia toda la vida y jamás he podido hacer: ¿no habéis visto esas series de televisión americanas o películas donde los protagonistas, con el pijama puesto, se ponen una copa de vino y se meten en la cama para leer un buen libro antes de dormir? Pues yo siempre he querido hacer algo así pero nunca lo he conseguido porque en lugar de quedar elegante parecía un gato sufriendo cuando daba el primer sorbo a la copa, ya que el sabor me horrorizaba. Puede que ahora tenga la opción de elegir un libro de la estantería e imitar esas series que siempre he querido imitar aunque, en mi caso, lo mismo en lugar de vino tinto uso un lambrusco o un vino blanco suavecito y bien fresco.