¿Cuántos litros de detergente se pueden utilizar en un año para mantener limpia una oficina de tamaño medio o un punto de venta de carácter familiar? Seguro que pocas personas se han hecho la pregunta. El detergente es uno de esos productos que muchas veces compramos sin fijarnos en cuánta es la cantidad aproximada que gastamos. Como en cualquier caso vamos a tener que adquirirlo, en todos los escenarios, ni siquiera hacemos cuentas sobre gasto o, muchas veces, sobre la propia calidad. Es un error, ya que los fabricantes de detergentes viven cada día con la meta de seguir mejorando sus productos para anticiparse a las necesidades de los clientes y hacer que su negocio (y el propio negocio de la fabricación) prospere y continúe vivo y dando pasos adelante.
Lo cierto es que, más allá de que permanezca como un producto silencioso en nuestro día a día, lo normal es que no pasemos ni una semana sin estar en contacto con algún tipo de detergente. Ya sea en nuestra casa o en el lugar de trabajo, la limpieza será seguro un pilar importante para la salud vital y para la imagen corporativa de nuestra empresa. La primera nunca deja de ser nuestra pequeña cueva, el lugar donde nos refugiamos del mundo exterior. Y por eso siempre nos gusta mantenerlo limpio y aseado, para que nuestra vida en el interior sea lo más cómoda, confortable y agradable que pueda ser. En el caso de la oficina de trabajo, la limpieza y el mantenimiento es una cuestión de imagen y corporativismo. Primero, de los jefes hacia sus empleados. Imaginemos que desde arriba se obviase el uso de productos de limpieza y se dejase la oficina al albedrío de la suciedad. Seguramente el rendimiento sufriría un descenso porque nadie trabajaría a gusto en ese entorno. Para continuar con los problemas que generaría, y quizás este sea el primordial, la visita de los clientes o de los partners a nuestro lugar de trabajo supondría que se llevasen de allí una imagen muy por los suelos de la compañía, que tendría la oficina sucia y desaseada y a sus empleados trabajando en un entorno poco lustroso.
Pero, por suerte, nadie ha abandonado todavía la convención de la limpieza. La mayor parte de oficinas, empresas y lugares de trabajo contratan servicios externos (las denominadas subcontratas) para que lleven a cabo las labores de limpieza y de mantenimiento de los centros de trabajo. Normalmente son estas compañías subrogadas las que se encargan de llevar a cabo la tarea de la mejor forma posible en todos los puntos de la cadena. Es decir, la contratación ya conlleva que sea la empresa que limpia la que se ponga en contacto con los proveedores de material como escobas, bolsas de basura o fregonas, con los servicios de venta de detergentes industriales o con los empleados externos para tareas como, tal vez, la limpieza de cristales en ventanas y puertas. Es la empresa contratada la que lleva a cabo toda esa cadena de procesos para garantizar la limpieza de los centros que se le han encomendado bajo contrato. No tendría sentido que fuese de otra forma. De esta manera es la empresa encargada de realizar la tarea la que controla los productos y los procesos de la misma, sin imposiciones, ni cargas innecesarias a la hora de llevar a cabo el trabajo.
La subcontrata de empresas es casi una norma no escrita hoy en día. Las empresas tienden a reducir sus plantillas casi hasta los mínimos de necesidad básica, por lo que todo lo que queda fuera de su actividad principal suele ser contratado a empresas de servicio externo, compañías satélite que sobreviven a base de los contratos que les hacen otras empresas de mayor volumen de trabajo o del sector público. La limpieza es, sin lugar a dudas, uno de los sectores en los que más se ha extendido esta práctica. Es muy raro, muchísimo, ver que una compañía, sea del sector que sea, tiene en plantilla un servicio de limpieza exclusivo. Lo más corriente a estas alturas es que en su presupuesto destine una partida a la contratación de una entidad especializada en esa labor.