Costa Mediterránea. El Destino favorito de Europa para Jubilarse

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Puede que sea por su magnífico clima y pueblos tranquilos, pero la costa mediterránea es, sin lugar a duda, el destino elegido por muchos jubilados de los países del norte de Europa, principalmente Alemania y Holanda.

Sin ir más lejos, en un informe elaborado por International Living se recogen los mejores países para vivir tras la jubilación. En este estudio se basan en criterios como el coste de vida, los beneficios y descuentos destinados a jubilados, infraestructuras, clima, entretenimiento o la calidad de la atención sanitaria.

Panamá lidera el puesto como mejor destino para retirarse en el 2016 y España le sigue muy de cerca, siendo el mejor país para jubilarse en Europa, seguido de Portugal.

No es de extrañar que esto sea así, ya que nuestro país goza de uno de los mejores climas de Europa, especialmente en la Costa Mediterránea, donde los veranos no son excesivamente calurosos y los inviernos son suaves.

Por otra parte, la bajada en el precio de la vivienda a causa de la crisis económica hace de España el mejor país europeo para residir tras la jubilación según los expertos de International Living, que también han tenido en cuenta para su valoración el hecho de contar con buenas infraestructuras, trasporte público y cobertura de Internet, así como las variadas opciones de ocio o la calidad y asistencia sanitaria.

El clima, el ritmo de vida relajado hacen el resto para convertir la Costa Mediterránea en el destino favorito de los jubilados de gran parte de Europa.

Así, el litoral mediterráneo ha sido por mucho tiempo el lugar de recreo estacional de los nórdicos y centroeuropeas, pero estos turistas han ido alargando cada vez más las estaciones. Según un informe de Funcos, el porcentaje de “gerentoinmigrantes” comunitarios (GIC) se ha quintuplicado en un periodo de 15 años.

Un Noruego en el Mediterráneo

Todos estos datos siempre me han resultado muy interesantes por ser el producto de una pareja que se conoció precisamente así, en uno de esos veranos en la Costa Mediterránea.

Mi madre es española y mi padre es noruego. Él venía atraído por el buen clima y esa tranquilidad y esas “siestas” españolas que siempre le han parecido la mejor tradición del mundo. También era un gran aficionado al futbol, a la buena cerveza y, cómo no, al sol.

Así fue como se empezó a aficionar a veranear en la Costa Mediterránea y, después de recorrérsela por completo se quedó cautivado por la belleza y energía que se respiraba en Menorca.

Allí fue donde conoció a mi madre por unos amigos que tenían en común. La conoció uno de esos días perfectos entre barcos y atardeceres con ese mismo sol del Mediterráneo que les había unido acariciándoles la cara.

Así que, de algún modo, esas cifras y esa tendencia en alza de veranos azules mediterráneos forman parte de quién soy.

Como no era de extrañar, ahora que los dos se han jubilado, y después de vivir casi más de veinte años en Barcelona han decidido volver al origen e irse a vivir a Menorca, a una pequeña casita con su propio huerto para mantenerse activos.

La verdad es que están mejor que nunca, disfrutando como enanos de todo el tiempo que tienen para dedicarlo a actividades que siempre habían querido hacer.

También quieren estar cerca de Barcelona, ya que el mejor amigo de mi padre está en Benviure, una residencia geriátrica de Barcelona especializada en Alzheimer.

Mi padre es un hombre del norte en toda regla, dicen que los noruegos son fuertes de carácter por ese clima gélido en el que crecen. Así es mi padre, pero todo lo que tiene de gélido lo compensa con la calidez de su corazón.

Creo que es una de las únicas personas que podría decir que no temen a nada. A nada menos al Alzheimer. Nunca le había visto tan mal como después de enterarse de que su mejor amigo padecía esta enfermedad. Precisamente, ese era el amigo que le presentó a mi madre y mi padrino. Para mi padre era una enfermedad sin sentido, no veía nada peor que el olvido.

Temía que ese gran amigo, ese compañero de tantas batallas, se fuera olvidando de él, así que iba a visitarle como mínimo una vez al mes. Daba paseos con él por los maravillosos jardines que tienen en esa residencia.

Le agradaba saber que su amigo estaba con los mejores profesionales posibles de su profesión, además de poder disfrutar con el de esos largos paseos con vistas al mar y a la montaña, disfrutando de un paisaje de una belleza natural única.

Tenía la sensación de que mientras le acariciara la cara ese sol del Mediterráneo, mi padrino y él siempre encontrarían sus recuerdos juntos.

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